Disociación en niños y adolescentes

La disociación es un estado de desconexión entre la mente y el cuerpo que le ocurre a una persona cuando sus pensamientos, su memoria y la percepción de su propia identidad toman caminos diferentes en su cerebro, provocando que sus sentimientos y acciones parezcan no provenir de sí mismo durante ese lapso, en el que llega a sentir que su cuerpo es conducido en automático mientras que su subconsciente está en otra parte.

disociación en niños y adolescentes

Por lo general, la disociación es algo que podría ocurrir a cualquier persona en algún instante de su vida, por ejemplo, cuando lee un libro o mira la televisión y de un momento a otro pierde la noción de la realidad y la percepción de todo lo que ocurre a su alrededor, síntomas que deben considerarse como algo normal y que no deberían causar ningún tipo de preocupación. Sin embargo, la disociación podría llegar a considerarse como un trastorno severo si se convierte en algo recurrente, llegando a observarse casos de individuos que ni siquiera pueden recordar episodios enteros de sus propias vidas.

Este tipo de trastornos se manifiestan comúnmente como mecanismo de defensa para escapar de emociones intensas producidas por el recuerdo de eventos traumáticos, especialmente los ocurridos durante la infancia. Es por esto que la disociación en niños y adolescentes tiene más probabilidades de manifestarse cuando estos han sufrido algún accidente, o si han sido víctimas de abuso sexual, de manera que puedan protegerse a sí mismo al “congelar” sus sentimientos en torno al evento traumático.

¿Cuáles son las causas de la disociación en niños y adolescentes?

La disociación en niños y adolescentes por lo general es provocada por la misma causa que se origina en los adultos; de hecho, es una patología que podría manifestarse desde muy temprana edad y continuar activa hasta la adultez, sin que sea detectada. En todo caso, el estado en el cual se encuentre un niño o adolescente con disociación no siempre será una señal de peligro o gravidez. En ocasiones, la disociación no es más que una forma de abstracción de la realidad que ocurre cuando el individuo se encuentra realizando alguna actividad que concentra toda su atención, como por ejemplo al jugar videojuegos, ver la televisión, o estando en un mundo de fantasías creado por su imaginación, muy característico de los niños más pequeños.

Estos episodios pueden considerarse dentro de un margen de normalidad y repetirse con mucha frecuencia, lo cual se va regulando a medida que el niño crece y comienza a tener mayor consciencia de la realidad, aunque no es extraño que una persona continúe viviendo estos escenarios incluso ya entrada la edad adulta. Sin embargo, cuando la disociación comienza a afectar de forma recurrente la estabilidad psíquica del niño, y esta situación amenaza el desarrollo óptimo de su formación educativa y sus relaciones sociales, entonces sí es posible que se encuentre afectado por una disociación problemática o patológica, que por lo general ocurre a causa de haber vivido una situación de un gran impacto negativo para él.

Básicamente, un niño comienza a padecer de disociación patológica cuando se enfrenta a situaciones atemorizantes, de enorme estrés o angustia, en las que él se sienta amenazado y totalmente indefenso o incapaz de huir de lo que esté sucediéndole. En estos casos, su cerebro bloquea todas las sensaciones de dolor, miedo o rabia guardados en su memoria, por lo que entra en una especie de trance y queda totalmente disociado de la realidad.

Entre las diferentes situaciones que pueden conducir a un niño o adolescente a padecer de disociación, se encuentran haber sufrido de abuso físico en cualquier grado o algún tipo de abuso sexual, haber sido víctima de agresiones verbales intensas o humillación, vivir en un ambiente de poco cuidado hacia sus emociones y necesidades o haber sido testigo presencial de actos de violencia, ya sea dentro de su propio hogar o en las calles. De igual manera, haber sufrido un accidente por causas humanas o naturales, es una situación que actúa como factor de riesgo para la disociación, especialmente si ha producido mucho miedo y ha dejado alguna herida física y dolorosa, cuya condición atemorizante se intensifica debido al procedimiento médico utilizado para sanarla.

Otra situación de riesgo sumamente común, es que el niño o adolescente sea víctima de bullying o mobbing familiar, siendo obligado a vivir a las sombras de un maltrato físico y psicológico que, eventualmente, sea bloqueado por el cerebro del joven para que este pueda escapar de esa realidad que lo agobia, aunque sea momentáneamente.

Ahora bien, es cierto que este bloqueo se produce para proteger al niño de la situación de peligro a la que se enfrente, pero después de superado el trauma, es posible que continúen experimentando nuevos episodios de disociación en numerosas circunstancias, incluso aquellas que no representen ningún riesgo, impidiéndole el desarrollo de una vida normal en la que pueda crecer sanamente.

Tipos de trastornos disociativos que afectan a los niños y adolescentes

Clasificar la disociación en niños y adolescente es una tarea sencilla. Basta con observar su comportamiento y determinar en qué grado está siendo afectado, no sin antes tener en cuenta la importancia de una consulta médica que confirme que los síntomas son correctos, para así brindar un mejor diagnóstico.

Los niños y adolescentes pueden llegar a padecer tres diferentes niveles de disociación:

Disociación leve:

Es el grado más bajo y de menor gravidez que existe y se manifiesta mediante breves periodos de tiempo en los que el niño o adolescente se abstrae de todo lo que sucede a su alrededor, como por ejemplo, cuando un padre conversa con su hijo y este no es capaz de entender lo que le están diciendo, sin que pueda controlar esta situación.

A pesar de no representar mayor peligro, la frecuencia con la que sucedan este tipo de episodios puede afectar su aprendizaje en la escuela y el desarrollo de sus habilidades sociales.

Disociación moderada:

La disociación moderada puede compararse con la despersonalización en la disociación padecida por los adultos. En este tipo de disociación, los niños y adolescentes no son capaces de sentir ningún daño que les sea infringido, ya sea de carácter físico o sexual e incluso los ocurridos en procedimientos médicos, esto debido a que viven con la sensación de estar desconectados de su propio cuerpo. La disociación puede ser tan grande, que el individuo afectado es propenso a bloquear todos sus sentidos, lo cual deriva en una incapacidad para poder aprovechar los procesos de aprendizaje, y a largo plazo ya no serán capaces de sentir las funciones de su propio organismo. El riesgo de que un niño no pueda sentir el dolor, básicamente, es que pierde la habilidad de determinar cuándo es víctima de algún tipo de daño, por lo que podría estar corriendo un grave peligro sin que existan señales ni estímulos de su parte para prevenirlo.

La despersonalización actúa en función de que el individuo afectado no se reconoce a sí mismo físicamente, tanto así que al mirarse en un espejo, no es capaz de discernir si realmente es su propio reflejo el que tiene ante sus ojos.

A este nivel los niños también experimentan otro proceso, que en la disociación en los adultos es llamado desrealización. Consiste en el desprendimiento de la propia consciencia, provocando una sensación en los niños y adolescentes de que no viven en un mundo real, es decir, no son capaces de reconocer lo que sucede a su alrededor. Este escenario es común cuando son testigos de alguna situación atemorizante y terrorífica, o viven un hecho que les recuerda a algo que les asusta, en el que la mente se desconecta de la realidad para hacer creer al muchacho que no podría ser afectado por lo que sucede.

Disociación severa:

El nivel de disociación más severo de todos ocurre cuando existe una separación total entre la mente y el cuerpo del niño o adolescente afectado, dando como resultado que su memoria no esté prácticamente nunca al alcance de su pensamiento. La profundidad de este nivel de disociación puede llegar a ser tan grande, que es posible que sus recuerdos sean distribuidos en varias partes, llamadas también “estados disociados”, que son los que contienen a la memoria, dividida en fragmentos, por lo que no será capaz de recordar por igual todos los detalles de un mismo evento. En cierta medida, la disociación severa ocurre para de alguna manera guardar los recuerdos traumáticos o desagradables en un área alejada de la consciencia, para que así el joven no los conserve en su memoria.

A la influencia de estos estados disociados, al momento de intentar traer a la mente ciertos recuerdos, se le llama amnesia disociativa, y afecta en gran medida el comportamiento de los niños y adolescentes, porque pueden llegar a hablar o actuar sin darse cuenta de lo que hacen, pareciendo incluso que están mintiendo.

Sin embargo, en los casos más extremos de disociación severa, los estados disociativos podrían apoderarse tanto del comportamiento como de la consciencia del niño o adolescente, que comenzará a sentirse confundido sobre quién es; a esto se le conoce como trastorno disociativo de identidad, y la sensación experimentada es de ser alguien completamente distinto a quien en realidad se es, llegando a desconocer por completo el lugar, tiempo o circunstancia en la que se encuentra, lo cual evidentemente tiene un altísimo impacto para el desarrollo psíquico del niño o adolescente.

Comportamiento habitual de niños y adolescentes con disociación

El principal síntoma de un niño o adolescente con disociación es la pérdida total de la noción de la realidad, al quedarse en blanco y totalmente desenfocado, ya sea en su casa, en la escuela o en alguna reunión con sus amigos, sin que pueda reconocer o recordar lo que ha sucedido en determinados lapsos de tiempo. Además, en estos periodos es probable que su expresión facial se quede congelada, con la mirada al frente y sin ser fijada en ningún lugar específico, principal señal de que en ese momento su consciencia está totalmente desconectada de su cuerpo.

El comportamiento de los individuos afectados también se caracteriza por cambios repentinos en su forma de ser, hablar, pensar o actuar, especialmente con importantes modificaciones en su humor y estado de ánimo, pasando de ser una persona pacífica a agresiva en tan solo un instante, o también adoptando emociones o sentimientos que no son acordes a la ocasión, como reírse a carcajadas en situaciones de tensión o tristeza; en algunos casos, el niño o adolescente ni siquiera es capaz de experimentar o reconocer ningún sentimiento. De la misma manera, es factible que el muchacho pase de tener un comportamiento bastante maduro, incluso para su edad, a adoptar una actitud sumamente infantil.

En este mismo sentido, no es de extrañar que comience a tener frecuentes conflictos consigo mismo en cuanto a los gustos que solía tener, por ejemplo con su comida favorita, que de un momento a otro asegure ya no gustarle o que simplemente nunca le había gustado, sin poder explicar el motivo de tal cambio de opinión al respecto. Del mismo modo, también es posible que experimente la repentina pérdida de habilidades que había previamente adquirido, como jugar algún deporte o tocar un instrumento musical, sin que sea capaz de recordar cuando disfrutaba de dicha actividad.

Este síntoma suele manifestarse mayormente en la escuela, aunque también puede ocurrir en casa, lugares en los que a veces es capaz de atender nuevas instrucciones y realizar diferentes tareas, pero luego no recuerde lo que hizo y no pueda volver a hacerlo nuevamente, insistiendo en no saber cómo.

Otro síntoma muy común es la pérdida de la orientación, que se manifiesta en aquellos recorridos que el niño o adolescente realiza, sin ser consciente de que se está trasladando de un lugar a otro, como cuando llega a la escuela todas las mañanas pero en ocasiones ni siquiera recuerda el momento en el que salió de su casa, el camino que se ha tomado o el tiempo transcurrido.

También son frecuentes las pérdidas de identidad en las que el niño o adolescente no recuerda quién es, ni su nombre ni el nombre de sus familiares; es posible incluso que no reconozca a las personas a su alrededor. Las crisis de identidad podrían ser tan fuertes que de un momento a otro comience a llamarse con otro nombre, o actuar como si fuese varias personas al mismo tiempo, utilizando diferentes voces o gestos, como si estuviese interactuando consigo mismo. Esta señal es muy característica en los niños pequeños, cuando aseguran comunicarse con amigos imaginarios, que normalmente desaparecen con el pasar de los años, aunque en ocasiones pueden continuar en su mente hasta entrada la adultez.

En cuanto a las situaciones traumáticas que haya vivido y que hayan originado el trastorno disociativo, el niño o adolescente con disociación podría comenzar a revivir esos sucesos en su mente una y otra vez, asegurando de forma constante estar inmerso en esa situación, aunque se encuentre a salvo, totalmente inconsciente de la realidad que le rodea.

En general, todos estos síntomas pueden aparecer en un niño o adolescente con disociación, pero es prácticamente imposible precisar la frecuencia con la que esto sucede. Es tan normal que tenga unos pocos episodios al año como varios en un mismo día.

Diagnóstico y tratamiento para niños y adolescentes con trastornos disociativos

Es importante tomar en cuenta que la disociación no se manifiesta de la misma manera en todos los niños y adolescentes, por lo que se debe prestar atención al comportamiento que tengan cuando se comience a sospechar de la presencia de este trastorno, principalmente en la demostración repentina de sentimientos y actitudes que anteriormente no eran comunes, en especial después de haber vivido algún evento traumático.

Es bastante probable que los niños y adolescentes con disociación no sean conscientes de los cambios que se manifiesten en su comportamiento cuando padecen de este trastorno, y muchos de sus síntomas podrían confundirse con otras patologías como el déficit de atención con hiperactividad, bipolaridad, psicosis o esquizofrenia, por lo que una consulta a tiempo con un psicólogo infantil podría ayudar a prevenir mayores problemas en el futuro.

Según la cuarta edición revisada del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, existen dos criterios principales para realizar un diagnóstico certero de la disociación, que se manifiestan al mismo tiempo, y que debe cuidarse no ser confundidos con los mundos de fantasías que se crean en los niños a temprana edad:

1. El niño o adolescente se ve influenciado de forma recurrente por dos o más personalidades, señal de que está siendo afectado por diversos estados disociativos.

2. El niño o adolescente tiene una enorme dificultad para recordar cosas de la vida cotidiana, incluso cosas tan elementales como su propio nombre.

El diagnóstico varía de un paciente a otro que, dependiendo de la intensidad de los síntomas, puede ir desde un mes hasta un año tras la consulta inicial con el psicólogo. En este sentido, es importante identificar cuanto antes el patrón de comportamientos específicos del niño o adolescente (sentimientos, estímulos, estados de ánimo, formas de expresión, gustos, etc.), para determinar así el tratamiento adecuado según su nivel de disociación.

El principal reto de un terapeuta ante cualquier caso de disociación en niños o adolescentes, es establecer una conexión con su personalidad real, debido a que cada nuevo encuentro podría ser un nuevo comienzo desde cero; de hecho, cada minuto de una consulta significa la posibilidad de tener que reiniciar todo el proceso, porque siempre existirá la posibilidad de que el paciente entre nuevamente en estado de disociación y se pierda todo el terreno ganado hasta ese momento.

Puede resultar muy complicado estabilizar la consciencia de un niño o adolescente, según su nivel de disociación. Es necesario que el paciente sea capaz de poder crear un vínculo con el recuerdo traumático que ha originado el trastorno, para así comenzar con sesiones de terapia que incluyan ejercicios de orientación y reconocimiento, que le permitan no solo tomar el control de sus pensamientos, sino también poder superar el mal recuerdo de los sucesos negativos del pasado.

Una excelente técnica que se puede aplicar a niños y adolescentes con disociación, es pedirles que comiencen a escribir un diario en el que narren todos los detalles de cada una de las actividades que realizan cotidianamente, con el objetivo de que sean capaces de organizar sus ideas y mantener un hilo conductor de su comportamiento.

También es recomendable la realización de entrevistas en la que se pida al joven relatar lo que recuerda desde su última consulta. A lo largo del periodo de terapias, es normal que sean observados numerosos cambios en sus actitudes, formas de hablar, tonos de voz y hasta en el estilo de letra utilizado al escribir; todos estos factores son considerados dentro de lo normal, recordando que el terapeuta y el paciente se enfrentan a una circunstancia en la que a este último se le dificulta tomar el control de su ser.

El siguiente paso en el camino a la recuperación es la asignación de tareas que los niños y adolescentes con disociación se propongan a completar diariamente. Es obvio que al principio no será un trabajo sencillo, pero dependiendo del empeño aplicado en dicha labor, poco a poco el paciente podrá dominar todos los ámbitos de su pensamiento.

Con el paso del tiempo y la constancia del paciente, será posible retomar el dominio de su consciencia. Esto no será una tarea sencilla, especialmente para los niños más pequeños, a quienes se les hace mucho más difícil entender por qué están atravesando por ese proceso. Es por esto que además es importante informar a los padres sobre la disociación, para que ellos puedan entender aquello que sus hijos están sufriendo y se conviertan en sus principales aliados.

Por otra parte, el tratamiento farmacológico no es frecuentemente aplicado en la terapia contra la disociación en niños y adolescentes. Se debe recordar que los síntomas propios de la disociación no corresponden a trastornos por sí mismos sino que forman parte de un todo; sin embargo, en algunas excepciones las crisis de ansiedad y depresión son tan fuertes, que no debe descartarse por completo la prescripción de antidepresivos, cuidando que sea usado únicamente para contrarrestar estados de ánimo negativos de manera momentánea, mientras se mantengan los síntomas, sin que su consumo se convierta en algo habitual o indispensable en el tratamiento contra la disociación como tal.

¿Cómo ayudar a los niños y adolescentes con disociación?

Los padres son los principales aliados de los niños y adolescentes con disociación. El primer factor de responsabilidad al respecto es ocuparse de encontrar toda la información que necesiten para saber cómo actuar. Es posible que la situación comience a afectarlos en algún momento, por lo cual no debe descartarse que ellos también participen en sesiones de terapias que les permita sobrellevar la situación con calma y tranquilidad.

Siempre debe existir una plena comunicación entre padres e hijos, aún cuando estos actúen de maneras totalmente ajenas o desconocidas. Es importante que se realicen conversaciones en todo momento sobre cómo se siente, o acerca de los recuerdos que vienen a su memoria ocasionalmente. No está de más preguntar por qué tiene esos pensamientos o si conoce su origen, de manera que pueda conectarse con sus sentimientos y emociones, y logren sentirse en plena confianza.

Deben evitarse expresiones del tipo “tú no eres mi hijo” o “ese no eres tú” cuando exista alguna crisis de identidad, porque con lo mismo se refuerza la desconexión con el subconsciente atrapado dentro del niño o adolescente disociado, más aún cuando todavía no ha sido posible determinar el origen del trastorno.

Se debe procurar un correcto acompañamiento en todo momento, saber qué le sucede, cómo se siente y crear un ambiente sano y libre de peligros en los entornos en los que el individuo se desenvuelva. Cuando quiera hablar, debe ser escuchado, de esta manera será más fácil entenderlo e ir logrando, con el paso del tiempo, las condiciones propicias para su recuperación plena.

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Autor: © PSIGUIDE